N.° 742
Título: Chocolatina blanda
—Vamos al zoológico por el jabalí. Antes había
pedido ir al acuario por la mantarraya, al
jardín botánico por la secoya, al planetario por
la nebulosa negra…
—Un caso precoz —dijo el médico (con
cincuentainueve, papá aparentaba setenta).
El profesional recomendó seguirle el juego.
Pobre papá, su cerebro es ahora un álbum de
láminas que se repiten en la memoria. Llenó tres
de Historia Natural en el colegio. Una proeza.
—La tengo, no la tengo —repetía mientras pasaba
caramelos imaginarios entre los dedos—. ¡Casi lo
lleno, hija! —sus ojos húmedos brillaron—. Me
falta el jabalí... y el brontosaurio.
José Fernando Suárez, 55 años.
Medellín.
N.° 552
Título: Tarzán
Tarzán, cada Navidad, estaciona su auto en el
zoológico y les lleva regalos a los amigos de
juventud.
José Duque, 53 años. Envigado.
N.° 7831
Título:Llegar a casa
Tarde en la noche observo los rieles que
conducen hacia mi destino, abordo el último
metro y pareciera que soy el único pasajero.
Llego a mi estación de destino, salgo del vagón
y apresuro el paso hacia el lugar de salida, en
un instante veo cómo se apagan las luces y se
cierran las puertas de la estación, veo a un
operador del metro y le grito: ¡Espere un
momento, señor! ¡Espere que yo salga! El
operario me ignora y quedo encerrado en
penumbra. Desorientado pienso en las tantas
veces que he intentado llegar a casa y no he
podido.
Angélica Vélez, 28 años.
Medellín.
N.° 92
Título: Nocturno Op. 9, N.º 2, de
Schrödinger
De golpe se apaga la luz de mi habitación. La
función ha terminado; en completo silencio
admiro la oscuridad de un pequeño universo y me
pregunto: ¿quién ha determinado este
experimento? ¿Alguien en algún lugar pensará en
mi ausencia? Pasan muchas personas por esta
calle sin nombre, nadie sabe si estoy vivo o
muerto: estoy en dos estados a la vez, al mismo
tiempo. Nadie se atreve a descubrirlo. No es un
gas el que determina esa probabilidad; es una
bala perdida.
Carlos Herney Villada, 35 años.
Caldas.
N.° 243
Título: Primera vez
Cuando Valentina Sartori ya no pudo esconder la
pancita en su colegio, la llamaron a dirección,
le pidieron que al otro día fuera con sus
padres; con el poco tiempo que ellos pasaban en
casa tampoco parecieron notarlo. El dueño del
«regalo» fue Emmanuel; había venido de
vacaciones a Medellín en diciembre y Camila los
presentó. Ahora estaba en Argentina. La única
que se compadeció de ella fue Clarita, que era
su nana desde pequeña, ni siquiera los
periódicos amarillistas locales que al otro día
daban la noticia: «Adolescente embarazada se
lanza por el balcón en loma de El Poblado».
Jennifer Múnera, 32 años.
Medellín.
N.° 9538
Título:El tesoro de la Veracruz
A paso acelerado, Alcides Rodríguez cruzó la
plaza Botero un lunes a las tres de la mañana.
El tesoro escondido en la Iglesia de la Veracruz
estaba cerca y este era el desolado momento que
había esperado. Cerrajero de profesión, Alcides
accedió al templo. Caminó al altar, sin mirar
atrás, como le indicó su abuelo, quien años
atrás le reveló el secreto allí sepultado. Tras
retirar una baldosa, el oro fue suyo. Un soplido
le hizo girar. La figura de un padre lo
inmovilizó. «Sin mirar atrás, Alcides», recordó,
antes de desmayarse y vislumbrar al espectro
desvanecerse con el cofre.
Juan Sebastián Mora, 36 años.
Medellín.
N.° 2075
Título: Pesadilla
Cuando por fin pudo vencer la inmovilidad,
Horacio despertó dando un brinco en la cama,
espantado por una presencia sobrenatural que le
oprimía el pecho. Se persignó en la oscuridad
respirando pesadamente, sintiendo la angustia
acomodada en el estómago. Su madre mencionó que
así era como las brujas atormentaban a sus
enamorados. Más tarde, con un escepticismo
amparado por la luz del día, caminaba empujando
su carreta de frutas por el centro jurando que
había sido un mal sueño. Carmenza, la negra que
leía el tabaco en un rincón de Guayaquil, le
salió al paso. Anoche te visité, le dijo.
José Humberto Zapata, 31 años.
Envigado.
N.° 5735
Título: No soy yo
No estoy aquí, parada en la cornisa del Palacio
Nacional, mirando el abismo. Mamá no murió,
antes de celebrar mis quince, asesinada por mi
padre en una borrachera. A él no lo encerraron
en Bellavista gritando que la amaba, que se
convertía en un monstruo cuando tomaba
aguardiente. No di tumbos de familia en familia
y tampoco probé las drogas. No vivo sola en un
inquilinato de Niquitao. Todo esto lo sueño
mientras vuelo hacia el suelo. Le sonrío al
pavimento hirviendo. No importa lo que digan,
porque esta vida no es la mía, este cuerpo
destrozado no soy yo.
Jessika Torres, 47 años.
Medellín.
N.° 10678
Título: Silencio: lo que nos duele
a todos
El labio roto, golpes en el cuerpo. Ese es el
aspecto de Andrés una vez amanece después de
recibir a su padrastro borracho y drogado la
noche anterior, en San Javier. Con miedo de
contarle a mamá, se sienta en su cama, espera
que Sarita, su hermana, se siente a su lado para
hacerle la misma pregunta de siempre:
—¿Otra vez? —pregunta ella.
Él, tímido, mira su rostro y agacha la cabeza.
Ella, con la mano en el hombro, susurra:
—No lo olvides, a mí me pasó igual con nuestro
otro papá y mírame ahora, solo existo en tu
imaginación.
Javier Armando Santana, 29
años. Bello.
N.° 12852
Título: Zona de tolerancia
«Te amo», escribió en su mano la rubia con
manzana de Adán. Él anotó en la palma áspera de
ella: «Yo también». La noche siguiente ella lo
recibió con otra peluca y, en la despedida, le
dio un papelito. «Me quieren matar», leyó él en
su casa. Salió a prisa. Afuera del cementerio de
San Pedro un corrillo rodeaba un cadáver
cubierto. Se unió a los curiosos y el alma le
volvió al cuerpo cuando sintió el olor y el sexo
duro de Margot detrás de él. Se excitó más
cuando le escondió el puñal asesino entre sus
nalgas.
Wilfer Pulgarín, 56 años.
Medellín.
N.° 13532
Título:Ya vivido
Nuevamente, Francisco enterraba una caja de
madera en el patio trasero de su casa. La
oscuridad de la madrugada lo protegía del terror
que le causaba la posibilidad de ser observado
por algún testigo, pero el frío se le anidaba en
los pulmones, haciéndole más difícil respirar y
volviéndolo lento en su tarea. Desde el cuarto,
Soledad, todavía con sangre entre sus piernas,
escuchaba el sonido que hacía la pala cuando
removía la tierra y el llanto inconsolable del
hombre que perdía un hijo por tercera vez.
Leydy Johana García, 28 años.
Medellín.
N.° 90
Título:La voz
Contestó el teléfono que ya parecía sonar
rabioso y la saludó su propia voz, que ahora se
escuchaba más robotizada. Recordó cuando había
trabajado para una empresa de servicios
bancarios y la habían hecho pronunciar ante un
micrófono miles de palabras, algunos fonemas y
el abecedario. «Usted tiene una factura
pendiente con…». Le colgó a esa voz, su voz, que
ya no le pertenecía.
Antonio José Gómez, 25 años.
Medellín.
N.° 499
Título: La ilusión de volar
Cuando percibe que los aviones inician su
recorrido, él —quien nunca ha volado—, con el
corazón palpitando a mil por hora, se agarra
fuertemente de la malla de alambre que rodea la
pista del Olaya Herrera. Entre una algarabía
desbordante de domingo, vendedores de crispetas,
paletas de colores y pájaros que vuelan
asustados, despeinado, los ve despegar. Los
otros días de la semana sale de casa —con el
viento en contra—, a vender en el semáforo de la
30 con los 65 aviones de cartón que él mismo
fabrica. En cada avión que vende viaja vestido
de piloto.
Orlando Caicedo, 66 años.
Medellín.
N.° 2225
Título: Solías
Cada quincena venía con una diferente, esta vez
la chica era pequeñita, morenita, gordita e,
indudablemente, más fea que ella. Sabía que lo
hacía solo para mortificarla, pero se tragaba su
orgullo, necesitaba el trabajo y aunque él
pasaba su paupérrima cuota alimenticia más o
menos cumplido, no era suficiente para mantener
a sus dos bebés. A pesar de todo, en lo más
profundo, aún lo amaba y lloraba por dentro cada
vez que lo veía entrar. Finalmente, se acomoda
en su silla, traga saliva, abre bien los ojos y
les dice: «Bienvenidos, ¿desean su habitación
sencilla o con jacuzzi?».
Diego Armando Rincón, 36 años.
Sabaneta.
N.° 5455
Título: Jura-miento
Aburridos de ser pobres, después de cobrar una
miseria por encepar pilotes frente de la
estación Berrío, decidimos rentar un local
frente al Banco de la República. Desde allí
excavaríamos durante meses bajo Palacé,
intentando conectar los desagües del metro con
la bóveda subterránea. Inauguramos discretamente
con una fachada simple: vender mazamorra barata
y sacar escombro escondido en marmitas. Empero
ya para la alborada no dábamos abasto de
despachar. Paulatinamente dejamos de excavar,
porque estábamos demasiado ocupados abriendo el
tercer restaurante. No obstante, hay noches que,
acurrucado en el túnel inconcluso, susurro al
fondo de piedra: «Algún día, algún día».
Oscar Carrasquilla, 43 años.
Medellín.
N.° 5485
Título: Mandado común
El mandado no requería mayor determinación,
esfuerzo de memoria media cuadra hasta la
revueltería. El pelao ajustó la puerta, acomodó
sus chanclas y, confiado de sí, bajó por la
calle que antes de carros era para pies. Fue un
tránsito al estupor: el sol persiguiendo pieles,
cascadas con jabón desde balcones, el grito
desde el cielo programando partido, letras
retando su recién alfabetismo, voces dando
recados para mamá… Se encontró disperso con el
mundo en torpes pasos de corto trayecto; volvió
dejando su orgullo en la entrada, preguntando
sobre el ruido de la olla presión: «¿Ma,
cilantro y que más?».
Valentina Aguirre, 20 años.
Medellín.
N.° 7762
Título: Las muchachas
Las muchachas que desde las ventanas de los
buses chirriantes o a través de los vidrios
sellados del metro observan a Medellín, miran
cómo hijos de esta ciudad fragmentan sus
cuerpos, las quieren engullir y las tocan, a
estas muchachas que de bus en bus se les va
frunciendo el ceño y las palabras no les salen
de la garganta, produciéndoles una tos tan
ruidosa como un bus frenando, la ciudad se les
vuelve un laberinto. Nadie decía nada; la gente
sabía, todos tenían la enfermedad del silencio.
Por dentro las muchachas se fueron muriendo y
solo quedaron sus cuerpos.
Laura Marcela Cañas, 27 años.
Medellín.
N.° 8469
Título:El paisaje de uno mismo
Un hombre tocaba la guitarra en los bares del
centro. Tenía las manos teñidas de rojo.
Mientras cantaba se podía observar cómo se
dibujaba su propio paisaje: la melodía empezó
siendo blanca, luego verde, después negra. Las
formas ondulantes de la música entraron por mis
oídos, empecé a dibujar mi propio paisaje,
olvidé estar sentada en un bar en las torres.
Abstracciones y líneas muy definidas formaron la
perspectiva. Imaginé un avión que trazó una
línea de nube. La luna iluminó al hombre que
tocaba la guitarra, la música se detuvo, cada
clap de los aplausos fue difuminando los
colores.
Ángela María Medina, 40 años.
Medellín.
N.° 9717
Título: La carta
Tocaron fuerte a la puerta, sacándome del
profundo sueño. ¿Quién podrá ser a esta hora?
Intentando recordar el sueño me di cuenta de que
lo había perdido. Ojalá volviera y se quedara
esta vez. Abrí la puerta y ya no había nadie.
¿Me habré demorado mucho otra vez? Sentí el frío
de esa hora. Pensé en la tibieza de la cama.
Ojalá estuviéramos de nuevo ahí. Me senté; de la
cómoda saqué la carta. Recuerdo cuando tocaron y
abrí a tiempo. Me la entregó. Prometí
responderle. ¿Por qué habré tardado tanto en
hacerlo?
Gloria Araque, 49 años.
Medellín.
N.° 320
Título: Carro de rodillos
El rechinar de las balineras sobre el pavimento
se escucha desde la cocina. Ya son tres horas en
que estos muchachos de la cuadra se deslizan
cuesta abajo en ese carro infernal y me siento
harta. Por el ojillo de la puerta he visto pasar
cientos de veces sus rostros pintarrajeados por
la alegría. Apeñuscados, a cada largada, miran
hacia mi puerta esperando que les lave ese odio
—que creo yo— sienten por mí. Allá vienen, salgo
enseguida con mi balde repleto de agua y como
quienes van a recibir un regalo pasan frente a
mí gritando: «¡Gracias, doña Fabiola!».
Héctor Augusto Jiménez, 49
años. Medellín.
N.° 803
Título: Chance
Doblo por Bolívar. Miro a la abuela —imagino que
lo es—. La miro a ella y a él. Pienso en las
combinaciones que puede darme. El número de la
puerta a donde los llevo o la hora en la que
nació. Pasamos por el cementerio San Pedro, el
jardín botánico, y de ahí, diagonal al Pedro
Nel. «Es aquí». Por primera vez mira el
taxímetro, se da cuenta de que estuvo apagado y
me lanza una mirada inquieta.
—El primer viaje es gratis —le digo—. Pero, si
quiere, puede compartirme su suerte... ¿A qué
hora nació?
Sonríe cansada.
Juan Felipe Zuleta, 29 años.
Medellín.
N.° 1646
Título: A-Dioses
Para ese entonces mi abuelo ya era un garabato,
un recorte de sí mismo. Sentado en su silla de
mecer miraba por horas las cordilleras que se
asoman por el barrio. Muchas veces lo vi sacar
un papel amarillento de su bolsillo, mirarlo y
volverlo a guardar. Un día me dio el papel y
dijo: «Léame esto, fue lo único que su abuela
dejó cuando se fue, pero se le olvidó que yo no
sé leer». Me conmoví profundamente, lo que había
escrito en nada se parecía a una carta, pues mi
abuela no sabía escribir.
Yalila Pérez, 23 años.
Medellín.
N.° 2623
Título: Reflejos
Narciso roba retrovisores en el cruce de la
avenida Oriental con La Playa. Los conductores,
con la mirada fija en el semáforo, no lo
advierten. Él lee el pasado encerrado en cada
espejo: la mujer que te corta el aliento, el
accidente mortal que se repite sin tregua en la
memoria del cristal empañado, el peatón que
refunfuña mientras se traga entera su torpeza,
la daga de una bocina penetrante. Narciso huye.
Serpentea entre los transeúntes mientras dibuja
una sonrisa en el espejo que me robó en la
tarde. ¡Pobre diablo! Mi pasado de púas le
desangrará las manos.
John Jairo Villegas, 52 años.
Envigado.
N.° 2860
Título: El regalo divino
—¡Mamá, a mí no me gusta la aguapanela! —le
grité enojada.
—Te la tenés que tomar porque es bendita. ¡Eso
sirve para todos los males, hija! Mirá: si tenés
gripa, pues te tomás dos aguapanelas con limón;
si tenés conjuntivitis, te echás aguapanela
trasnochada en los ojos; pa los cólicos, nada
mejor que aguapanela con canela. ¡Mija, eso fue
lo más grande que Dios nos pudo dar! ¡Dejá de
joder y tomátela!
Ella gritaba desde la cocina. Yo, sin mucho
ruido, escuchaba sonriente y tensa, mientras se
la daba al perro.
—¡Gracias, mamá!
Estefanía Muñoz, 20 años.
Medellín.
N.° 2876
Título: Medellín con litoral
Sí. Soy el culpable del cierre de la biblioteca,
señor juez. Siempre quise que mi ciudad tuviera
mar. Fue por eso que escribí en cada libro de
esa biblioteca la palabra «mar»; pues esta
desmedida palabra no aparece en la historia de
Medellín. Desde entonces, los libros no han
parado de escurrir agua de sus hojas. Se lo
juro: hasta parecen cascadas. Ustedes me acusan
por un crimen, pero este final es feliz. Acepto
la condena. Mi ciudad no tenía mar, y por eso le
escribí uno.
Andrés Duque, 24 años. Bello.
N.° 3106
Título: Insomnio
—¡LE- DI- JE -QUE -NO -SE -SU -BIE –RA-
A-LA-TE-RRA-ZA-A-ES-TA-HO-RA-ME-HA-CE-EL-FA-VOR-Y-SE-A-COS-TÓ-¡YA!
—Su madre lo levantó a chancletazos en silabas,
mientras las lucecitas de Aranjuez todavía
centellaban detrás de sus ojos...
Se aferró con fuerza a sus binoculares para no
llorar.
Carolina Correa, 33 años.
Medellín.
N.° 5467
Título: El faro
Cada vez que te decía que quería conocer el mar,
tú me llevabas a la azotea de un edificio
abandonado por el Colombo Americano. Es como
estas montañas, con esas ondas, pero de agua, me
contabas. Ayer subí otra vez. No estabas para
preguntarte, pero supongo que el montón de
lucecitas que se veían flotando, son los faros
que te guían mientras navegas. Cuando regreses,
podremos hablar de cómo es el mar por las
noches.
Juliana Londoño, 29 años.
Medellín.
N.° 7154
Título: La piscina
Más o menos en séptimo dejé la ilusión de la
piscina en el tercer piso del colegio. Así, fui
perdiendo y ganando cositas: ya sabía que el mar
quedaba muy lejos y que Santa Elena no era el
fin del mundo. También me enamoré y así me
empezó a gustar el colegio. En noveno, era un
incomprendido rebelde, con ínfulas de maldad que
no progresaron. Décimo fue el grado de
rehabilitación y en once llegó mi momento: me
eligieron personero. ¿Qué prometí? Hacer una
piscina en el tercer piso del colegio.
Daniel Restrepo, 22 años
Itagüí.
N.° 8227
Título: Casa robada
Si tuviera edad para pasar la calle solo, iría a
despertarlo. ¿Tendrá hambre? ¿Cuánto tiempo
llevará dormido? Tienen que ser muchos años, es
imposible que hayan pasado menos. Lleva dormido
tanto tiempo en su casa del parque Berrío que no
se dio cuenta cuando le robaron las paredes;
pobre... no le dejaron ni una teja, ni un adobe,
hasta los zapatos se le llevaron... y hasta el
metro le construyeron encima. ¿Acaso no vieron
que entre las bolsas dormía oculto un soñador?
Quizás lo vieron como basura... Ay, de él...
Ojalá y por lo menos sueñe con algo bonito.
Santiago Garcés, 20 años.
Itagüí.
N.° 8457
Título: Encantador bullicio
Ni uno solo se escuchaba, eran ruidos de
vehículos, gente, música lejana, lo recuerdo
bien. Cuando era niña y caminaba por la playa
hacia la plazuela San Ignacio, ni uno solo se
escuchaba y mucho menos se podían ver. Tal vez
uno que otro tras las rejas o en manos de alguna
vecina con sus horrendas tijeras. Estoy segura,
no estaban. Ahora en mi adultez, sigue y aún
peor el atroz ruido de ciudad, pero su aturdidor
bullicio hace que muchos miremos al cielo y los
busquemos entre las copas de los árboles. ¡Los
loros han vuelto!
Sandra Robledo, 39 años.
Medellín.
N.° 238
Título: Plenitud
Domingo, el atardecer, tu risa, el cielo. Mi
nerviosismo, tu seguridad, mis ansias, tu calma.
Tus labios, tu boca, tus manos. Mis deseos, mis
ganas, mis miedos. El pasto mojado, nuestros
pies descalzos. Tus ojos, tus pecas, mis sueños.
La brisa, tu olor, mi risa.
Angie González, 21 años.
Medellín.
N.° 262
Título: Sueño reincidente
Cada fría madrugada, despierto después de soñar
que mi madre me dice: «Espérame aquí». Se sube a
un bus sin mí y me abandona en pleno centro de
la ciudad. Desde hace cinco años me refugio en
un pequeño frasco para volver a soñarla, a ver
si logro aferrarme de sus enaguas para no
perderla y así poder marcharme con ella.
Paola Cristina Giraldo, 33
años. Medellín.
N.° 266
Título: Burbujas en la noche
A cada paso que damos, nuestros zapatos escurren
el agua de un día lluvioso. El silencio de papá
es triste. Las calles están desoladas y nuestra
casa lejos. De mi bolsa saco uno de los tarritos
de colores que hoy no logramos vender. Hay
elefantes, jirafas, monos. Mis manos están
tiesas. Soplo y del agujerito sale una estampida
de burbujitas alegres. Papá está demasiado
cansado para verlo, pero en una de las
burbujitas vamos él y yo volando hacia la noche.
Y en la burbuja papá por fin sonríe.
Jhon Eduardo Zapata, 23 años.
Medellín.
N.° 365
Título: 9 mm
Despertar meditabundo luego de la noche de
metrallas. En el piso de tierra se aprecian
vestigios de lágrimas estalladas; el corazón
desgarrado no para de sangrar. Los niños pintan
los primeros rayos del sol con su frívola
sonrisa mientras recogen los casquillos de
acero; construyen cadenitas que ornamentan la
desazón de la razón. Carlos, uno de los nenes,
encuentra junto a una piedra la 9 mm que
exterminó a su padre.
Daniel Camilo García, 25 años.
Envigado.
N.° 321
Título: Tono de espera
La espera fue larga, la alarma sonaba con ritmo
constante. Personajes de todos los mundos
caminaban de lado a lado, unos iban a rezar y
otros intentaban escapar en un cohete con forma
de aguja que apuntaba al infinito, escoltados
siempre por un jinete famoso y bajito; vi pasar
ancianos con equipajes rodantes, mujeres y niños
después, hombres de pasos pesados como
deshaciendo el tiempo y mercaderes que
aprovecharon hasta el último minuto. Nunca
contestaste, y yo frente a un teléfono público,
al lado de Versalles, te dejé ir para siempre
con mi última moneda.
Nicholas Berger, 26 años.
Medellín.
N.° 13384
Título: Señal
La cuerda se reventó y la cometa huyó en
desbandada, caracoleando, apresurada por irse no
se sabe adónde. Cruzó los cables del teleférico,
ellos la vieron. Surcó la cancha de fútbol, la
cúpula de la iglesia, el techo del colegio, el
bosquecito de araucarias al lado del camino que
sube al barrio, y en ese punto desapareció.
Después oyeron que el armazón a colores y en
forma de estrella había aterrizado manso en la
cabeza de don José Bastidas, viudo desde
comienzos de agosto, ahí sentado en la puerta de
su casa, rogándole al cielo una señal para
seguir viviendo.
José Alejandro Castaño, 47
años. Envigado.
N.° 11811
Título: Par Brujxs
Cerca de La Floresta, y mientras echas guacamole
a la empanada, busco tu mirada. Juego ajedrez
contra la CPU, encuentro la opción de 1 vs. 1.
Me miras, te sonrío. Empieza el juego, saco al
peón, vuelvo y te miro mientras pienso que tu
sonrisa es bella; sacas tu ficha hasta el centro
de la tabla. Muevo el alfil AC4 busco ver si me
miras y lo haces. Ahora tienes una sonrisa
pícara, el movimiento de tus pestañas viene con
tu risa, el parpadeo de tu mirada dice -.-. -.-.
-.... .-.-. No habrá un jaque pastor, pero hay
telepatía.
Arturo García, 37 años.
Medellín.
N.° 11057
Título: Itinerancias
Por favor, me lleva a Buenos Aires; gracias por
su piropo, pero no estoy «solita», me he casado
tres veces y tengo cuatro hijos. ¡Buenas noches,
señor! Por favor vamos a avenida Colombia con la
70; no, no soy orgullosa. ¿En qué trabajo? Cuido
animales en el zoológico Santa Fe, alimento a
los tigres. Déjeme por aquí, llego más rápido
caminando. ¡Hola! Vamos al parque de Aranjuez,
por favor, ¿puede conducir más despacio? ¿Que si
me gusta la velocidad? No mucho. ¿A qué me
dedico? Soy agente de tránsito. Nuevo servicio
de taxi, saludo e imagino la que seré hoy.
Sandra Maryori Benítez, 32
años. Medellín.
N.° 102
Título: Penumbra transitoria
Una sombra apagó el sol de repente. En el cielo,
un trueno furioso parecía no tener fin. Los
moradores gritaron con desespero creyendo que el
apocalipsis había llegado. No hubo tiempo para
tomar las pocas pertenencias que tenían y
corrieron sin dirección alguna tratando de
encontrar un refugio que los protegiera. Nadie
se atrevió a mirar hacia arriba. Temían ser
ejecutados por la espada de un jinete celestial,
o ser fulminados por un rayo vengativo. Todo era
caos y terror. Luego, a unos cuantos pasos de
allí, en el barrio Trinidad, aterrizó el primer
avión que llegó a Medellín.
Andrés Felipe Liévano, 33 años.
Bello.
N.° 246
Título: Regalos a los sentidos
—Para la oscuridad, tengo el brillo de las casas
en las montañas al medio día, para el silencio,
tengo el chirrido metálico del metro pasando por
los rieles, para la piel tengo el roce de las
otras gentes en El Hueco, para la voz, tengo el
silbido de los ancianos en el parque Bolívar,
para la muerte... para la muerte, llevo el olor
a café de toda la avenida Guayabal.
—¿Y por qué perdió la vista?
—Le regalé mis ojos a un joven que, en pleno
centro, me los pidió por bellos.
Laura Vanesa Gómez, 28 años.
Medellín.
N.° 7177
Título: Educación sexual
Para mí, eran solo dos muñecos, uno sonreía, el
otro no. Con cuatro años, Luisa María me dijo:
—Eres el papá, cuidas el niño —Me entregó al
sonriente—. Soy la mamá, cuido la niña. —¿Cómo
sabes que es niño?
Mientras bajó sus pañales, señaló al mío:
—Él es niño, porque tiene pene y sonríe... Ella
—señalándole su sexo—, tiene pena, porque es
niña.
—Las niñas también pueden sonreír —le dije.
—Sí, pero hay que cambiarles la cabeza…
—¿Cómo así? Ella, simplemente arrancó las
cabezas y las intercambió.
—Ahora ella sonríe, aunque tenga pena.
Luis Fernando Córdoba, 54 años.
Medellín.
N.° 464
Título: Descubrimiento
Caminé de la estación a la casa con el miedo que
da el silencio, la complicidad de las lámparas
rotas y la ausencia de niños en los callejones
de la cuadra. Los vecinos que me vieron subir,
desde las ventanas, sabían ya que no le
encontraría en casa.
Juan Sebastián Álvarez, 21
años. Medellín.
N.° 562
Título: La casa al hombro
Es martes. Ya casi son las 5 de la mañana.
Medellín aún duerme, pero él sabe que debe
despertar. No quiere ser un estorbo. Conforme
pasan los minutos se apresura a recoger sus
enseres; los empaca como puede en un costal y se
echa su casa al hombro. Le da una última mirada
al portón donde pasó la noche y, agradecido,
lentamente, lo abandona para —con la claridad
del día— ir haciéndose invisible.
José Javier Vásquez, 36 años.
Bello.