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Divino amor,
amor profano


Sor Juana Inés de la Cruz

Selección de Luis Fernando Macías

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Prólogo

Salvación y condena por la palabra: Sor Juana Inés de la Cruz

1

La mexicana Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació en 1651 en San Miguel Nepantla, en lo que se conoció como la Nueva España, un importante Virreinato de la Corona española, símbolo de la Conquista (y, a la vez, de la caída de México-Tenochtitlán, el imperio mexica) que se sostendría, con esplendores y miserias, por tres siglos hasta la independencia de México en 1821. Tal circunstancia determinará, sin lugar a dudas, la formación de Sor Juana, sus influencias en lo que a la creación literaria se refiere y su rara condición de exponente del Siglo de Oro español. En ella, aun así, confluyen, como bien lo señala ese estudioso de su obra, su coterráneo, Octavio Paz, los rasgos que, a su vez, dan sentido a la Nueva España: los elementos de la cultura indígena, sus usos, sus costumbres y, sobre todo, sus lenguas, pero también la influencia directa de la llamada cultura occidental. Esta marca de época se verá ricamente compensada en una niña, y luego en una joven, legendariamente dotada: dice ella misma que aprendió a leer a los tres años y que compuso una loa a los ocho.

2

Los ámbitos de interés, conocimiento y escritura de Sor Juana abarcan desde las ciencias, la filosofía, la teología y la música hasta los géneros literarios como la poesía, el teatro y el ensayo. Famosa es, por ejemplo, la controversia que se generó por una carta de Sor Juana (denominada “Carta atenagórica”), a propósito de un discurso del jesuita Antonio Vieira (varias versiones señalan que la discusión real se dio con “el monstruo de ascetismo”, el misógino arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas), en el que este pontificaba sobre “las finezas de Cristo”. La controversia, más allá de los asuntos teologales en discusión, es botón de muestra de las disputas que generaban los escritos de la monja, toda vez que tuvo respuesta por parte del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz en un escrito titulado “Carta de Sor Filotea de la Cruz”, en el que se reivindican los atributos de la inteligencia y de la escritura de Sor Juana. Una consecuente respuesta a lo que justamente la monja jerónima reclama para sí y para las mujeres, como son los derechos a saber, pensar y hablar.

3

Leer la obra de sor Juana Inés es adentrarse en una vasta y compleja producción que exige, quizás con mayor rigor, en el caso de la lírica, situarse en los modos de decir barrocos y en una métrica, ya en desuso, pero no por ello menos sonora y poderosa con las palabras. Aquello de

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
[…]

O:

[…]
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

[…]

son umbrales obligados y repetidos para referirse a una obra, más que mística mundana, más culterana que inspirada, más enamorada de la palabra que enamoradora con ella. La obra de Sor Juana está construida, en todo caso, con los recursos propios del oficio poético, con las herramientas de la retórica. Su “universo sonoro”, como lo nombra uno de sus críticos, lo supo nutrir de los tonos, matices, intensidades, tanto de la lengua española como de la lengua náhuatl. Y esta diversidad multicultural, pues la Nueva España incluyó geografías tan distantes y diversas como los territorios colonizados de España en América del Norte, América Central, Asia y Oceanía, supo integrarla Sor Juana en su obra, bien en la asimilación de los rituales indígenas en las ceremonias religiosas occidentales, bien en la incorporación pareada o directa de las voces indígenas.

4

Aquejada alma y postergada amante, sus versos se emplean consistentemente en el ejercicio de la ironía, de la tensión dialéctica, del amor pleno nunca saciado (y allí radica su éxtasis), del desamor como padecimiento superior al amor:

Pero yo, por mejor partido, escojo,
De quien no quiero, ser violento empleo,
Que de quien no me quiere, vil despojo

y de la realización del deseo en la sola expresión y en la auto contemplación:

[…]
Yo bien quisiera, cuando llego a verte,z
viendo mi infame amor, poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte

que sólo me remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte,
solo es bastante pena, confesarlo.

Pero también son sus poemas despliegue de su erudición científica, de su amplio conocimiento de los textos bíblicos y de la simbología y la mitología universales, de su interés por los temas sensibles al humanismo de su época. Pero cualquiera sea el caso, los poemas de Sor Juana tensan finas tramas para hablarle al mundo del que se distanció cuando se hizo monja de clausura: entabla diálogos en sus poemas, ya interpelando a los interlocutores para defender su predicamento, ya para declararles sus padecimientos y sentires: Fabio, Silvio, Alcino, Feliciano, Lisardo, Lisi y Laura, entre otros, son los paradigmáticos conversadores y receptores de su habla.

5

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
[…]

A la intelectual, teóloga y poeta Sor Juana le exigieron, como en la parábola de los talentos, el doble. Sor Juana no fue una mística religiosa; Sor Juana es una mística mundana y racional. Como bien lo dice Octavio Paz: “Sus afanes intelectuales y morales están muy lejos de los de una Santa Teresa o un San Juan de la Cruz. Ella no quiere, como el santo, anular su entendimiento sino aguzarlo; no busca, como Santa Teresa, que la penetre la luz divina: quiere penetrar, con la luz de su razón, el opaco misterio de las cosas”.

Acorralada por las fiebres de una peste que, al parecer solo sitió al convento de San Jerónimo, Sor Juana Inés de la Cruz murió en 1695.

Doris Elena Aguirre Grisales
Marzo de 2019

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Divino amor, amor profano

Sor Juana Inés de la Cruz

Parte I

En que satisface un recelo con la retórica del llanto.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan.

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Que contiene una fantasía contenta con amor decente.

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes.

Rosa divina, que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego, desmayada y encogida,

de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas!

De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión.

Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba;
y por ver si la muerte se llegaba,
procuraba que fuese más crecida.

Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro,
rendido el corazón daba, penoso,
señas de dar el último suspiro,

no sé con qué destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro?
¿Quién en amor ha sido más dichoso?

Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios, y justifica su divertimento a las Musas.

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Yo no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión.

Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

este en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y, venciendo del tiempo los rigores,
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Sospecha crueldad disimulada, al alivio que la esperanza da.

Diuturna enfermedad de la esperanza,
que así entretienes mis cansados años,
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza

que, siempre suspendida, en la tardanza
de inclinarse, no dejan tus engaños
que lleguen a excederse en los tamaños
la desesperación o la confianza.

¿Quién te ha quitado el nombre de homicida?
Pues lo eres más severa, si se advierte
que suspendes el alma entretenida;

y entre la infausta o la felice suerte,
no lo haces tú por conservar la vida,
sino por dar más dilatada muerte.

Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más molesto en encontradas correspondencias, amar o aborrecer.

Que no me quiera Fabio, al verse amado,
es dolor sin igual, en mi sentido;
mas que me quiera Silvio, aborrecido,
es menor mal, mas no menor enfado.

¿Qué sufrimiento no estará cansado
si siempre le resuenan al oído
tras la vana arrogancia de un querido
el cansado gemir de un desdeñado?

Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida;
si de éste busco el agradecimiento,

a mí me busca el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi tormento,
pues padezco en querer y ser querida.

Parte II

Continúa el asunto aun le expresa con más viva elegancia.

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco;

a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro,
y al que le hace desprecios, enriquezco.

Si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí, ofendido;
y a padecer de todos modos vengo,

pues ambos atormentan mi sentido:
aquéste con pedir lo que no tengo,
y aquél con no tener lo que le pido.

Prosigue el mismo asunto, y determina que prevalezca la razón contra el gusto.

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante;
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato a quien me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que de quien no me quiere, vil despojo.

Soneto atribuido a la poetisa.

Cítara de carmín que amaneciste
trinando endechas a tu amada esposa
y, paciéndole el ámbar a la rosa,
el pico de oro, de coral teñiste;

dulce jilguero, pajarito triste,
que apenas el aurora viste hermosa
cuando el tono primero de una glosa
la muerte hallaste y el compás perdiste:

no hay en la vida, no, segura suerte;
tu misma voz al cazador convida
para que el golpe cuando tire acierte.

¡Oh fortuna buscada aunque temida!
¿Quién pensara que cómplice en tu muerte
fuera, por no callar, tu propia vida?

De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento.

Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.

A mi mesma memoria apenas creo
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.

Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor, poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte

que sólo me remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte,
sólo es bastante pena, confesarlo.

Convaleciente de una enfermedad grave, discretea con la señora virreina, marquesa de Mancera, atribuyendo a su mucho amor aun su mejoría en morir.

En la vida que siempre tuya fue,
Laura divina, y siempre lo será,
la Parca fiera, que en seguirme da,
quiso asentar por triunfo el mortal pie.

Yo de su atrevimiento me admiré:
que si debajo de su imperio está,
tener poder no puede en ella ya,
pues del suyo contigo me libré.

Para cortar el hilo que no hiló,
la tijera mortal abierta vi.
¡Ay, parca fiera!, dije entonces yo:

mira que sola Laura manda aquí.
Ella, corrida, al punto se apartó,
y dejome vivir sólo por ti.

En la muerte de la excelentísima señora marquesa de Mancera.

De la beldad de Laura enamorados
los Cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura
ilustrar estos valles desdichados;

o porque los mortales, engañados
de su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados de ver tanta hermosura
no se juzgasen bienaventurados.

Nació donde el Oriente el rojo velo
corre al nacer al astro rubicundo,
y murió donde, con ardiente anhelo,

da sepultura a su luz el mar profundo:
que fue preciso a su divino vuelo
que diese como el sol la vuelta al mundo.

Soneto a lo mismo.

Bello compuesto en Laura dividido,
alma inmortal, espíritu glorioso,
¿por qué dejaste cuerpo tan hermoso
Y para qué tal alma has despedido?

Pero ya ha penetrado en mi sentido
que sufres el divorcio riguroso,
porque el día final puedas, gozoso,
volver a ser enteramente unido.

Alza tú, alma dichosa, el presto vuelo,
y, de tu hermosa cárcel desatada,
dejando vuelto su arrebol en hielo,

sube a ser de luceros coronada:
que bien es necesario todo el cielo
porque no eches de menos tu morada.

Alaba, con especial acierto, el de un músico primoroso.

Dulce deidad del viento armoniosa,
suspensión del sentido deseada,
donde gustosamente aprisionada
se mira la atención más bulliciosa:

perdona a mi zampoña licenciosa
si, al escuchar tu lira delicada,
canta con ruda voz desentonada
prodigios de la tuya milagrosa.

Pause su lira el Tracio: que, aunque calma
puso a las negras sombras del olvido,
cederte debe más gloriosa palma,

pues más que a ciencia el arte has reducido,
haciendo suspensión de toda un alma
el que sólo era objeto de un sentido.

Sólo con aguda ingeniosidad esfuerza el dictamen de que sea la ausencia mayor mal que los celos.

El ausente, el celoso, se provoca,
aquél con sentimiento, éste con ira;
presume éste la ofensa que no mira,
y siente aquél la realidad que toca.

Éste templa tal vez su furia loca
cuando el discurso en su favor delira;
y sin intermisión aquél suspira,
pues nada a su dolor la fuerza apoca.

Éste aflige dudoso su paciencia,
y aquél padece ciertos sus desvelos;
éste al dolor opone resistencia,

aquél, sin ella, sufre desconsuelos;
y si es pena de daño, al fin, la ausencia,
luego es mayor tormento que los celos.

Parte III

En que describe los efectos irracionales del amor, racionalmente.

Este amoroso tormento
que en mi corazón se ve,
sé que lo siento, y no sé
la causa por que lo siento.

Siento una grave agonía
por lograr un devaneo,
que empieza como deseo
y para en melancolía.

Y cuando con más terneza
mi infeliz estado lloro,
sé que estoy triste e ignoro
la causa de mi tristeza.

Siento un anhelo tirano
por la ocasión a que aspiro,
y cuando cerca la miro
yo misma aparto la mano;

porque, si acaso se ofrece,
después de tanto desvelo,
la desazona el recelo
o el susto la desvanece.

Y si alguna vez sin susto
consigo tal posesión,
cualquiera leve ocasión
me malogra todo el gusto.

Siento mal del mismo bien
con receloso temor,
y me obliga el mismo amor
tal vez a mostrar desdén.

Cualquier leve ocasión labra
en mi pecho, de manera,
que el que imposibles venciera
se irrita de una palabra.

Con poca causa ofendida,
suelo, en mitad de mi amor,
negar un leve favor
a quien le diera la vida.

Ya sufrida, ya irritada,
con contrarias penas lucho,
que por él sufriré mucho
y con él sufriré nada.

No sé en qué lógica cabe
el que tal cuestión se pruebe:
que por él lo grave es leve,
y con él lo leve es grave.

Sin bastantes fundamentos
forman mis tristes cuidados,
de conceptos engañados,
un monte de sentimientos;

y en aquel fiero conjunto
hallo, cuando se derriba,
que aquella máquina altiva
sólo estribaba en un punto.

Tal vez el dolor me engaña,
y presumo, sin razón,
que no habrá satisfacción
que pueda templar mi saña;

y cuando a averiguar llego
el agravio por que riño,
es como espanto de niño
que para en burlas y juego.

Y aunque el desengaño toco,
con la misma pena lucho,
de ver que padezco mucho
padeciendo por tan poco.

A vengarse se abalanza
tal vez el alma ofendida;
y después, arrepentida,
toma de mí otra venganza.

Y si al desdén satisfago,
es con tan ambiguo error,
que yo pienso que es rigor
y se remata en halago.

Hasta el labio desatento
suele, equívoco, tal vez,
por usar de la altivez,
encontrar el rendimiento.

Cuando por soñada culpa
con más enojo me incito,
yo le acrimino el delito
y le busco la disculpa.

No huyo el mal ni busco el bien:
porque, en mi confuso error,
ni me asegura el amor
ni me despecha el desdén.

En mi ciego devaneo,
bien hallada con mi engaño,
solicito el desengaño
y no encontrarlo deseo.

Si alguno mis quejas oye,
más a decirlas me obliga
porque me las contradiga,
que no porque las apoye.

Porque si con la pasión
algo contra mi amor digo,
es mi mayor enemigo
quien me concede razón.

Y si acaso en mi provecho
hallo la razón propicia,
me embaraza la injusticia
y ando cediendo el derecho.

Nunca hallo gusto cumplido,
Porque, entre alivio y dolor,
hallo culpa en el amor
y disculpa en el olvido.

Esto de mi pena dura
es algo del dolor fiero;
y mucho más no refiero
porque pasa de locura.

Si acaso me contradigo
en este confuso error,
aquel que tuviese amor
entenderá lo que digo.

Enseña cómo un solo empleo en amar es razón y conveniencia.

Fabio: en el ser de todos adoradas,
son todas las beldades ambiciosas,
porque tienen las aras por ociosas
si no las ven de víctimas colmadas.

Y así, sí de uno solo son amadas,
viven de la fortuna querellosas;
porque piensan que más que ser hermosas
constituyen deidad al ser rogadas.

Mas yo soy en aquesto tan medida,
que en viendo a muchos mi atención zozobra,
y sólo quiero ser correspondida

de aquel que de mi amor réditos cobra;
porque es la sal del gusto al ser querida:
que daña lo que falta y lo que sobra.

Soneto de consonantes forzadas en un doméstico solaz.

Inés, cuando te riñen por bellaca,
para disculpas no te falta achaque,
porque dices que traque y que barraque,
con que sabes muy bien tapar la caca.

Si coges la parola, no hay urraca,
que así la gorja de mal año saque;
y con tronidos, más que un triquitraque,
a todo el Mundo aturdes cual matraca.

Este bullicio todo lo trabuca,
este embeleco todo lo embeleca;
mas, aunque eres, Inés, tan mala cuca,

sabe mi amor muy bien lo que se peca;
y así con tu afición no se embabuca,
aunque eres Zancarrón, y yo de Meca.

Engrandece el hecho de Lucrecia.

¡Oh, famosa Lucrecia, gentil dama,
de cuyo ensangrentado noble pecho
salió la sangre que extinguió, a despecho
del rey injusto, la lasciva llama!

¡Oh, con cuánta razón el mundo aclama
tu virtud, pues por premio de tal hecho,
aun es para tus sienes cerco estrecho
la amplísima corona de tu fama!

Pero si el modo de tu fin violento
puedes borrar del tiempo y sus anales,
quita la punta del puñal sangriento

con que pusiste fin a tantos males;
que es mengua de tu honrado sentimiento
decir que te ayudaste de puñales.

Nueva alabanza del hecho mismo.

Intenta de Tarquino el artificio
a tu pecho, Lucrecia, dar batalla;
ya amante llora, ya modesto calla,
ya ofrece toda el alma en sacrificio.

Y cuando piensa ya que más propicio
tu pecho a tanto imperio se avasalla,
el premio, como Sísifo, que halla,
es empezar de nuevo el ejercicio.

Arde furioso, y la amorosa tema
crece en la resistencia de tu honra,
con tanta privación más obstinada.

¡Oh providencia de deidad suprema!
¡Tu honestidad motiva tu deshonra,
y tu deshonra te eterniza honrada!

Admira, con el suceso que refiere, los efectos imprevenibles de algunos acuerdos.

La heroica esposa de Pompeyo altiva,
al ver su vestidura en sangre roja,
con generosa cólera se enoja
de sospecharlo muerto y estar viva.

Rinde la vida en que el sosiego estriba
de esposo y padre, y con mortal congoja
la concebida sucesión arroja,
y de la paz con ella a Roma priva.

Si el infeliz concepto que tenía
en las entrañas Julia, no abortara,
la muerte de Pompeyo excusaría:

¡Oh tirana fortuna! ¡Quién pensara,
que con el mismo amor que la temía,
con ese mismo amor se la causara!

Escoge antes el morir que exponerse a los ultrajes de la vejez.

Miró Celia una rosa que en el prado
ostentaba feliz la pompa vana,
y con afeites de carmín y grana
bañaba alegre el rostro delicado;

y dijo: “Goza, sin temor del hado,
el curso breve de tu edad lozana,
pues no podrá la muerte de mañana
quitarte lo que hubieres hoy gozado;

y aunque llega la muerte presurosa
y tu fragante vida se te aleja,
no sientas el morir tan bella y moza:

mira que la experiencia te aconseja
que es fortuna morirte siendo hermosa
y no ver el ultraje de ser vieja”.

Contrapone el amor al fuego material, y quiere achacar remisiones a éste, con ocasión de contar el suceso de Porcia.

¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego
te obliga a ser de ti fiera homicida?
¿O en qué te ofende tu inocente vida,
que así le das batalla a sangre y fuego?

Si la Fortuna airada al justo ruego
de tu esposo se muestra endurecida,
bástale el mal de ver su acción perdida:
no acabes, con tu vida, su sosiego.

Deja las brasas, Porcia, que mortales
impaciente tu amor elegir quiere:
no al fuego de tu amor el fuego iguales;

porque si bien de tu pasión se infiere,
mal morirá a las brasas materiales
quien a las llamas del amor no muere.

Encarece de animosidad la elección de estado durable hasta la muerte.

Si los riesgos del mar considerara,
ninguno se embarcara; si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera
ni al bravo toro osado provocara;

si del fogoso bruto ponderara
la furia desbocada en la carrera
el jinete prudente, nunca hubiera
quien con discreta mano le enfrenara.

Pero si hubiera algo tan osado
que, no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiera gobernar con atrevida

mano el rápido carro en luz bañado,
todo lo hiciera, y no tomara sólo
estado que ha de ser toda la vida.

Parte IV

Que responde a un caballero que dijo ponerse hermosa la mujer con querer bien.

Silvio, tu opinión va errada;
que en lo común, si se apura,
no admiten por hermosura
hermosura enamorada;

pues si hacen, de la extrañeza
el atractivo más grato,
es el agrio de lo ingrato
la sazón de la belleza,

porque, gozando exenciones
de perfección más que humana,
la acredita soberana
lo libre de las pasiones:

que no se conserva bien,
ni tiene seguridad,
la rosa de la beldad
sin la espina del desdén.

Mas si el amor hace hermosas,
pudiera excusar, ufana,
con merecer la manzana,
la contienda de las diosas.

Belleza llego a tener
de mano ten generosa,
que dices que seré hermosa
solamente con querer.

Y así en lid contenciosa
fuera siempre la triunfante;
que, pues nadie es tan amante,
luego nadie tan hermosa.

Mas si de amor el primor
la belleza me asegura,
te deberé la hermosura,
pues me causas el amor.

Del amor tuyo confío
la beldad que me atribuyo;
porque siendo obsequio tuyo,
resulta en provecho mío.

Pero a todo satisfago
con ofrecerte, de nuevo,
la hermosura que te debo
y el amor con que te pago.

Muestra sentir que la baldonen por los aplausos de su habilidad.

¿Tan grande, ¡ay hado!, mi delito ha sido
que, por castigo de él, o por tormento,
no basta el que adelanta el pensamiento,
sino el que le previenes al oído?

Tan severo en mi contra has procedido,
que me persuado, de tu duro intento,
a que sólo me diste entendimiento
por que fuese mi daño más crecido.

Dísteme aplausos, para más baldones;
subir me hiciste, para penas tales;
y aun pienso que me dieron tus traiciones

penas a mi desdicha desiguales,
por que, viéndome rica de tus dones,
nadie tuviese lástima a mis males.

Otro soneto a la esperanza.

Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;

alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado
y de los desdichados el mañana.

Sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;

que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.

Efectos muy penosos de amor, y que no por grandes se igualan con las prendas de quien le causa.

¿Vesme, Alcino, que atada a la cadena
de amor, paso, en sus hierros aherrojada
mísera esclavitud, desesperada
de libertad y de consuelo ajena?

¿Ves de dolor y angustia el alma llena,
de tan fieros tormentos lastimada,
y entre las vivas llamas abrasada
juzgarse por indigna de su pena?

¿Vesme seguir sin alma un desatino
que yo misma condeno por extraño?
¿Vesme derramar sangre en el camino

siguiendo los vestigios de un engaño?
¿Muy admirado estás? ¿Pues ves, Alcino?
Más merece la causa de mi daño.

Un celoso refiere el común pesar que todos padecen, y advierte a la causa el fin que puede tener la lucha de afectos encontrados.

Yo no dudo, Lisarda, que te quiero,
aunque sé que me tienes agraviado;
mas estoy tan amante y tan airado,
que afectos que distingo no prefiero.

De ver que odio y amor te tengo, infiero
que ninguno estar puede en sumo grado,
pues no le puede el odio haber ganado
sin haberle perdido amor primero.

Y si piensas que el alma que te quiso
ha de estar siempre a tu afición ligada,
de tu satisfacción vana te aviso:

pues si el amor al odio ha dado entrada,
el que bajó de sumo a ser remiso
de lo remiso pasará a ser nada.

Mas ¿cuándo, ¡ay gloria mía!,
mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
y de los míos secarás el llanto?

Liras que expresan sentimientos de ausente.

Amado dueño mío,
escucha un rato mis cansadas quejas,
pues del viento las fio,
que breve las conduzca a tus orejas,
si no se desvanece el triste acento,
como mis esperanzas en el viento.

Óyeme con los ojos,
ya que están tan distantes los oídos,
y de ausentes enojos
en ecos de mi pluma mis gemidos;
y ya que a ti no llega mi voz ruda,
óyeme sordo, pues me quejo muda.

Si del campo te agradas,
goza de sus frescuras venturosas,
sin que aquestas cansadas
lágrimas te detengan, enfadosas;
que en él verás, si atento te entretienes,
ejemplos de mis males y mis bienes.

Si al arroyo parlero
ves, galán de las flores, en el prado,
que, amante y lisonjero,
a cuantas mira íntima su cuidado,
en su corriente mi dolor te avisa
que a costa de mi llanto tiene risa.

Si ves que triste llora
su esperanza marchita, en ramo verde,
tórtola gemidora,
en él y en ella mi dolor te acuerde,
que imitan, con verdor y con lamento,
él mi esperanza y ella mi tormento.

Si la flor delicada,
si la pena que, altiva, no consiente
del tiempo ser hollada,
ambas me imitan, aunque variamente,
ya con fragilidad, ya con dureza,
mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.

Si ves el ciervo herido
que baja por el monte, acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado,
y sediento al cristal se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.

Si la liebre encogida
huye medrosa de los galgos fieros,
y por salvar la vida
no deja estampa de los pies ligeros,
tal mi esperanza, en dudas y recelos,
se ve acosada de villanos celos.,

Si ves el cielo claro,
tal es la sencillez del alma mía;
y si, de luz avaro,
de tinieblas se emboza el claro día,
es con su obscuridad y su inclemencia,
imagen de mi vida en esta ausencia.

Así que, Fabio amado,
saber puedes mis males sin costarte
la noticia cuidado,
pues puedes de los campos informarte;
y, pues yo a todo mi dolor ajusto,
saber mi pena sin dejar tu gusto.

Mas ¿cuando, ¡ay gloria mía!,
mereceré gozar tu luz serena?
¿Cuándo llegará el día
que pongas dulce fin a tanta pena?
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
y de los míos quitarás el llanto?

¿Cuándo tu voz sonora
herirá mis oídos, delicada,
y el alma que te adora,
de inundación de gozos anegada,
a recibirte con amante prisa
saldrá a los ojos desatada en risa?

¿Cuándo tu luz hermosa
revestirá de gloria mis sentidos?
¿Y cuándo yo, dichosa,
mis suspiros daré por bien perdidos,
teniendo en poco el precio de mi llanto?:
que tanto ha de penar quien goza tanto.

¿Cuándo de tu apacible
rostro alegre veré el semblante afable,
y aquel bien indecible
a toda humana pluma inexplicable,
que mal se ceñirá a lo definido
lo que no cabe en todo lo sentido?

Ven, pues, mi prenda amada,
que ya fallece mi cansada vida
de esta ausencia pesada;
ven, pues: que mientras tarda tu venida,
aunque me cueste su verdor enojos,
regaré mi esperanza con mis ojos.

Solicitada de amor importuno, responde con entereza tan cortés, que aun hace bienquisto el desaire.

Dos dudas en que escoger
tengo, y no sé a cuál prefiera:
pues vos sentís que no quiera
y yo sintiera querer;

conque, si a cualquiera lado
quiero inclinarme, es forzoso,
quedando el uno gustoso,
que otro quede disgustado.

Si daros gusto me ordena
la obligación, es injusto
que por daros a vos gusto
haya yo de tener pena.

Y no juzgo que habrá quién
apruebe sentencia tal,
como que me trate mal
por trataros a vos bien.

Mas por otra parte siento
que es también mucho rigor
que lo que os debo en amor
pague en aborrecimiento;

y aun irracional parece
este rigor, pues se infiere:
si aborrezco a quien me quiere,
¿qué haré con quien aborrece?

No sé cómo despacharos:
pues hallo, al determinarme,
que amaros es disgustarme,
y no amaros, disgustaros.

Pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no queriendo, os ofendo,
y queriéndoos, me disgusto,

y sea ésta la sentencia,
por que no os podáis quejar:
que entre aborrecer y amar
se parta la diferencia,

de modo que, entre el rigor
y el llegar a querer bien,
ni vos encontréis desdén
ni yo pueda hallar amor.

Esto el discurso aconseja:
pues con esta conveniencia,
ni yo quedo con violencia
ni vos partís con queja;

y que estaremos infiero,
gustosos con lo que ofrezco:
vos, de ver que no aborrezco;
yo, de saber que no quiero.

Sólo este medio es bastante
a ajustarnos, si os contenta
que vos me logréis atenta
sin que yo pase a lo amante.

Y así quedo, en mi entender,
esta vez bien con los dos:
con agradecer, con vos;
conmigo, con no querer.

Que aunque a nadie llegue a darse
en esto gusto cumplido,
ver que es igual el partido
servirá de resignarse.

Refiere con ajuste, y envidia sin él, la tragedia de Píramo y Tisbe.

De un funesto moral la negra sombra,
de horrores mil y confusiones llena,
en cuyo hueco tronco aún hoy resuena
el eco que doliente a Tisbe nombra,

cubrió la verde matizada alfombra
en que Píramo amante abrió la vena
del corazón, y Tisbe de su pena
dio la señal que aún hoy al mundo asombra.

Mas viendo del amor tanto despecho,
la Muerte, entonces de ellos lastimada,
sus dos pechos juntó con lazo estrecho.

¡Mas ay de la infeliz y desdichada
que a su Píramo dar no puede el pecho
ni aun por los duros filos de una espada!

Parte V

No quiere pasar por olvido lo descuidado.

Dices que yo te olvido, Celio, y mientes
en decir que me acuerdo de olvidarte,
pues no hay en mi memoria alguna parte
en que, aun como olvidado, te presentes.

Mis pensamientos son tan diferentes
y en todo tan ajenos de tratarte,
que ni saben ni pueden agraviarte,
ni si te olvidan saben si lo sientes.

Si tú fueras capaz de ser querido,
fueras capaz de olvido; y ya era gloria,
al menos, la potencia de haber sido;

mas tan lejos estás de esa victoria,
que aqueste no acordarme no es olvido
sino una negación de la memoria.

Prosigue en su pesar, y dice que aun no quisiera aborrecer tan indigno sujeto, por no tenerle así aún cerca del corazón.

Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno
el que estés de esta suerte en mi sentido:
que infama al hierro el escorpión herido,
y a quien lo huella, mancha inmundo cieno.

Eres como el mortífero veneno
que daña quien lo vierte inadvertido;
que aun para aborrecido no eres bueno.

Tu aspecto vil a mi memoria ofrezco,
aunque con susto me lo contradice,
por darme yo la pena que merezco:

pues cuando considero lo que hice,
no sólo a ti, corrida, te aborrezco,
pero a mí, por el tiempo que te quise.

Acusa la hidropesía de mucha ciencia, que teme inútil aun para saber, y nociva para vivir.

Finjamos que soy feliz,
triste Pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,
aunque yo sé lo contrario:

Que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,
si os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.

Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado.

Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro,
el otro prueba que es blanco.

A uno sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.

El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que está alegre, se burla
de ver al triste penando.

Los dos filósofos griegos
bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.

Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.

Antes, en sus dos banderas
el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,
sigue cada cual el bando.

Uno dice que de risa
sólo es digno el mundo vario,
y otro, que sus infortunios
son sólo para llorados.

Para todo se halla prueba
y razón en que fundarlo;
y no hay razón para nada,
de haber razón para tanto.

Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios,
no hay quien pueda decidir
cuál es lo más acertado.

Pues, si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis vos, errado,
que os sometió Dios a vos
la decisión de los casos?

¿O por qué, contra vos mismo
severamente inhumano,
entre lo amargo y lo dulce
queréis elegir lo amargo?

Si es mío mi entendimiento
¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?

El discurso es un acero
que sirve por ambos cabos:
de dar muerte, por la punta;
por el pomo, de resguardo.

Si vos, sabiendo el peligro,
queréis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?

No es saber, saber hacer
discursos sutiles vanos;
que el saber consiste sólo
en elegir lo más sano.

Especular las desdichas
y examinar los presagios,
sólo sirve de que el mal
crezca con anticiparlo.

En los trabajos futuros,
la atención, sutilizando,
más formidable que el riesgo
suele fingir el amago.

¡Qué feliz es la ignorancia
del que, indoctamente sabio,
halla de lo que padece,
en lo que ignora, sagrado!

No siempre suben seguros
vuelos del ingenio osados,
que buscan trono en el fuego
y hallan sepulcro en el llanto.

También es vicio, el saber,
que, si no se va atajando,
cuanto menos se conoce
es más nocivo el estrago;

y si el vuelo no le abaten,
es sutilezas cebado,
por cuidar de lo curioso
olvida lo necesario.

Si culta mano no impide
crecer al árbol copado,
quitan la sustancia al fruto
la locura de los ramos.

Si andar a nave ligera
no estorba lastre pesado,
sirve el vuelo de que sea
el precipicio más alto.

En amenidad inútil,
¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el otoño,
que ostente flores el mayo?

¿De qué le sirve al ingenio
el producir muchos partos,
si a la multitud se sigue
el malogro de abortarlos?

Ya a esta desdicha, por fuerza
ha de seguirse el fracaso
de quedar, el que produce,
si no muerto, lastimado.

El ingenio es como el fuego,
que, con la materia ingrato,
tanto la consume más
cuando él se ostenta más claro.

Es de su propio señor
tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas
las armas de su resguardo.

Este pésimo ejercicio,
este duro afán pesado,
a los hijos de los hombres
dio Dios para ejercitarlos.

¿Qué loca ambición nos lleva,
de nosotros olvidados?
Si es que vivir tan poco,
¿de qué sirve saber tanto?

¡Oh, si como hay de saber,
hubiera algún seminario
o escuela donde a ignorar
se enseñaran los trabajos!

¡Qué felizmente viviera
el que, flojamente cauto,
burlara las amenazas
del influjo de los astros!

Aprendamos a ignorar,
pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso,
tanto le usurpo a los años.

Romance (en que califica de amores acciones todas las de Cristo para con las almas en afectos amorosos) A Cristo Sacramentado, día de la comunión.

Amante dulce del alma,
bien soberano a que aspiro;
tú que sabes las ofensas
castigar a beneficios;

divino imán en que adoro:
hoy que tan propicio os miro,
que me mimáis la osadía
de poder llamaros mío;

hoy que en unión amorosa
pareció a vuestro cariño
que si no estabais en mí
era poco estar conmigo;

hoy que para examinar
el afecto con que os sirvo,
al corazón en persona
habéis entrado vos mismo,

pregunto: ¿Es amor o celos
tan cuidadoso escrutinio?
Que quien lo registra todo,
da de sospechar indicios.

Mas ¡ay, bárbara ignorante,
y qué de errores he dicho,
como si el estorbo humano
obstara al lince divino!

Para ver los corazones
no es menester asistirlos;
que para vos son patentes
las entrañas del abismo:

Con una intuición presente
tenéis, en vuestro registro,
el infinito pasado
hasta el presente finito.

Luego no necesitabais,
para ver el pecho mío,
si lo estáis mirando, sabio,
entrar a mirarlo, fino:

Luego es amor, no celos,
lo que en vos miro.

Exhorta a conocer los bienes frágiles.

En vano tu canto suena:
pues no advierte en su desdicha,
que será el fin de tu dicha
el principio de tu pena.
El loco orgullo refrena,
de que tan ufano estás
sin advertir, cuando das
cuenta al aire de tus bienes,
que, si ahora dichas tienes,
presto celos llorarás.

En lo dulce de tu canto,
el justo temor te avisa
que en un amante no hay risa
que no se alterne con llanto.
No te desvanezca tanto
el favor: que te hallarás
burlado y conocerás
cuánto es necio un confiado;
que si hoy blasonas de amado,
presto celos llorarás.

Advierte que el mismo estado
que al amante venturoso
le constituye dichoso,
le amenaza desdichado,
pues le da tan alto grado
por derribarle, no más:
y así tú, que ahora estás
en tal altura, no ignores
que, si hoy ostentas favores,
presto celos llorarás.

La gloria más levantada
que amor a tu dicha ordena
contémplala como ajena
y tenla como prestada.
No tu ambición, engañada,
piense que eterno serás
en las dichas; pues verás
que hay áspid entre las flores,
y que si hoy cantas favores,
presto celos llorarás.

Oración publicada en latín por la Santidad del Papa Urbano Octavo, de feliz memoria, traducida en castellano, para edificación del que leyere, por la delicadísima viveza y claridad de la poetisa.

Ante tus ojos benditos
Las culpas manifestamos,
y las heridas mostramos
que hicieron nuestros delitos.

Si el mal que hemos cometido,
viene a ser considerado,
menor es lo tolerado,
mayor es lo merecido.

La conciencia nos condena,
no hallando en ella disculpa;
que respecto de la culpa,
es muy liviana la pena.

Del pecado el duro azar
sentimos, que padecemos;
y nunca enmendar queremos
la costumbre de pecar.

Cuando en tus azotes suda
sangre la naturaleza,
se rinde nuestra flaqueza
y la maldad no se muda.

Cuando el pecado mancilla
la mente con fiera herida,
padece el alma afligida,
y la cerviz no se humilla.

La vida suelta la rienda
en su acostumbrado error:
suspira por el dolor,
y en el obrar no se enmienda.

Puestos entre dos extremos,
en cualquiera peligramos:
si esperas, no la enmendamos;
si te vengas, nos perdemos.

De la aflicción el quebranto
nos obliga a la contricción;
y en pasando la aflicción,
se olvida también el llanto.

Cuando tu castigo empieza,
promete el temor humano;
y en suspendiendo la mano,
no se cumple la promesa.

Cuando nos hieres, clamamos
que el perdón nos des, que puedes;
y así que nos lo concedes,
otra vez te provocamos.

Tienes a la humana gente
convicta en su confesión,
que si no le das perdón,
la acabarás justamente.

Concede al humilde ruego
sin mérito a quien criaste,
tú que de nada formaste
a quien te rogara luego.

Romance en que expresa los efectos del amor divino, y propone morir amante, a pesar de todo riesgo.

Traigo conmigo un cuidado,
y tan esquivo, que creo
que, aunque sé sentirlo tanto,
aun yo misma no lo siento.

Es amor, pero es amor
que, faltándole lo ciego,
los ojos que tiene son
para darle más tormento.

El término no es a quo,
que causa el pesar que veo:
que siendo el término el bien
todo el dolor es el medio.

Si es lícito, y aun debido
este cariño que tengo,
¿por qué me han de dar castigo
porque pago lo que debo?

¡Oh cuánta fineza, oh cuántos
cariños he visto tiernos!
Que amor que se tiene en Dios
es calidad sin opuestos.

De lo lícito no puede
hacer contrarios conceptos,
con que es amor que al olvido
no puede vivir expuesto.

Yo me acuerdo (¡oh nunca fuera!),
que he querido en otro tiempo
lo que pasó de locura
y lo que excedió de extremo;

más como era amor bastardo
y de contrarios compuesto,
fue fácil desvanecerse
de achaque de su ser mesmo.

Mas ahora (¡ay de mí!) está
tan en su natural centro,
que la virtud y razón
son quien aviva su incendio.

Quien tal oyere, dirá
que si es así ¿por qué peno?
Más mi corazón ansioso
dirá que por eso mesmo.

¡Oh humana flaqueza nuestra,
adonde el más puro afecto
aun no sabe desnudarse
del natural sentimiento!

Tan precisa es la apetencia
que a ser amados tenemos,
que, aun sabiendo que no sirve,
nunca dejarla sabemos.

Que corresponda a mi amor,
nada añade; mas no puedo,
por más que lo solicito,
dejar yo de apetecerlo.

Si es delito, ya lo digo;
si es culpa, ya lo confieso;
mas no puedo arrepentirme,
por más que hacerlo pretendo.

Bien ha visto quien penetra
lo interior de mis secretos,
que yo misma estoy formando
los dolores que padezco;

bien sabe que soy yo misma
verdugo de mis deseos,
pues, muertos entre mis ansias,
tienen sepulcro en mi pecho.

Muero (¿quién lo creerá?) a manos
de la cosa que más quiero,
y el motivo de matarme
es el amor que le tengo.

Así alimentando, triste,
la vida con el veneno,
la misma muerte que vivo,
es la vida con que muero.

Pero valor, corazón:
porque en tan dulce tormento,
en medio de cualquier suerte
no dejar de amar protesto.

Romance al mismo intento.

Mientras la Gracia me excita
por elevarse a la esfera,
más me abate a lo profundo
el peso de mis miserias.

La virtud y la costumbre
en el corazón pelean,
y el corazón agoniza
en tanto que lidian ellas.

Y aunque es la virtud tan fuerte,
temo que tal vez la venzan.
que es muy grande la costumbre
y está la virtud muy tierna.

Obscurécese el discurso
entre confusas tinieblas;
pues ¿quién podrá darme luz
si está la razón a ciegas?

De mí misma soy verdugo
y soy cárcel de mí mesma.
¿quién vio que pena y penante
una propia cosa sean?

Hago disgusto a lo mismo
que más agradar quisiera;
y del disgusto que doy,
en mí resulta la pena.

Amo a Dios y siento en Dios;
y hace mi voluntad mesma
de lo que es alivio, cruz;
del mismo puerto, tormenta.

Padezca, pues Dios lo manda,
mas de tal manera sea,
que si son penas las culpas,
que no sean culpas las penas.